Los días parecieran estar contados para nosotros, como raza humana, de acuerdo a los diversos sensores que se encuentran desperdigados por todo el planeta, y que, en muchos casos, estamos ignorando.
Leía hace unos días, después de haber visto, hace algunos meses, la increíble noticia de la autodestrucción del radiotelescopio de Arecibo, para indagar algo más profundamente los sucesos acontecidos en Puerto Rico en el pasado diciembre, o sea, hace casi un año.
Las causas del colapso del mayor radiotelescopio del mundo, fue simplemente, algo que, de antemano, nos cuesta creer, a ese nivel. Falta de mantenimiento. Eso, si nos basamos en nuestros propios prejuicios, podría suceder en algún país más improvisado. Tenemos varios ejemplos para eso. Pero no, en todo el mundo se cuecen habas.
El radiotelescopio de Arecibo fue construido en 1960, y durante exactamente sesenta años, prestó servicios, hasta que un buen día, el 1 de diciembre de 2020, empezó a colapsar tras la rotura de uno de los cables que formaba parte de la estructura de soporte del aparato, derribando al propio radiotelescopio al plato y provocando daños irreparables.
Se destacó por su tamaño. Con un diámetro de su antena principal de 305 metros, estaba emplazado en una hondonada en medio de la montaña, en la región de Arecibo, Puerto Rico, o sea, Estados Unidos. Pertenecía a la Universidad Metropolitana.
Se concluyó que lamentablemente, el daño era irreparable y fue a parar (o tal vez lo esté siendo en estos momentos, no importa ya) como chatarra, generando un beneficio inconmensurablemente insignificante, al lado del servicio que prestó durante su período de actividad.
El radiotelescopio fue el mayor telescopio jamás construido gracias a sus 305 metros de diámetro, hasta la construcción del RATAN-600 (Rusia) con su antena circular de 576 metros de diámetro. Recolectó datos radioastronómicos, aeronomía terrestre y radar planetarios para los científicos mundiales. Aunque fue empleado para diversos usos, principalmente se usó para la observación de objetos estelares.
El telescopio de Arecibo ha hecho varios descubrimientos científicos significativos. El 7 de abril de 1964, poco después de su inauguración, a través de él se pudo determinar que el período de rotación de Mercurio no era de 88 días, como se creía, sino de sólo 59 días. En agosto de 1989, el observatorio tomó una foto de un asteroide por primera vez en la historia: el asteroide (4769) Castalia. El año siguiente, el astrónomo polaco Aleksander Wolszczan descubrió el púlsar PSR B1257+12, que más tarde le condujo a descubrir sus dos planetas orbitales; estos fueron los primeros planetas extrasolares descubiertos.
Arecibo fue la fuente de datos para el proyecto Seti propuesto por el laboratorio de ciencias espaciales de la Universidad de Berkeley, que tiene por objeto la búsqueda de vida extraterrestre.
En 1974, se realizó una tentativa de enviar un mensaje hacia otros mundos (se envió un mensaje de 1679 bits transmitido desde el radiotelescopio hacia el cúmulo globular M13, que se encuentra a 25.000 años luz. El modelo de 1 y 0 define una imagen de mapa de bits de 23 píxeles por 73 que incluye números, personas dibujadas, fórmulas químicas y una imagen del telescopio. A este proyecto se lo denominó «Mensaje de Arecibo».
Del 3 al 7 de marzo de 2001, el observatorio fue utilizado para observar el asteroide (29075) 1950 DA, considerado como el objeto más próximo a la Tierra.
¿Pero cual es el mayor legado que nos deja el período post-Arecibo? La falta de una herramienta concreta que era utilizada para la localización de objetos espaciales (meteoros, asteroides, etc) en posible rumbo de colisión con la Tierra.
Vale decir, que podría llegar el momento en que uno de estos objetos pudiera hacer impacto con nuestro planeta, y quizás ni nos enteremos o en el mejor de los casos, podría hacer que la actual pandemia del covid-19 se convierta en una simple anécdota.
De todas maneras, y esto va más allá del «desastre de Arecibo», nosotros, los seres humanos, estamos haciendo consistentemente la tarea de autodestrucción, de la manera más certera y precisa, lo que vale decir, que no necesitaremos de un impacto venido de vaya a saber dónde, para terminar de un plumazo con nuestro sueño de vida eterna.
Ese sueño de vida eterna, tiene los minutos contados, si lo traducimos al calendario universal, donde cien o mil años, es un lapso de tiempo despreciable.
La vida siempre se hará camino. A La Tierra, nuestro querido mundo tan preciado por muchos, tan despreciado por otros tantos, muy poco le importa acerca de nuestra existencia. La misma naturaleza siempre se encargará de corregir nuestros propios pecados, como un hecho casi natural, sin necesidad de aprobación o previsión alguna.
Inclusive en sitios donde nuestra propia intervención (no se porque utilizo el plural, si tanto yo como ustedes no lo hicimos) como por ejemplo Chernobyl, en un lapso tan breve de tiempo se está encargando de recomponer las cosas.
Y esto nos lleva de inmediato a una reflexión. ¿Qué es lo mejor que le puede suceder a nuestro planeta? Es muy dura la respuesta, pero ustedes ya la conocen.
Hoy en día, como consecuencia del tan mentado calentamiento global que nosotros mismos generamos en gran medida, nos estamos dirigiendo inexorablemente hacia nuestra propia destrucción con muchas mayores posibilidades de lograrlo a través de este medio que por el impacto de un objeto interestelar. Y fíjense todos los que están dando vueltas por allí.
En este sentido, llegará el día en que el punto de inflexión esté cercano. Ese punto de inflexión, mejor denominado punto de no retorno, donde ya no habrá más que hacer, no para salvar al planeta, ténganlo bien en claro, él siempre se salvará, sino para salvar nuestra propia existencia.
Siempre me preocupé, desde joven, en el daño que nuestra sociedad le estaba haciendo al planeta. Fue un concepto que llevé toda mi vida, hasta hace algún tiempo donde el pensamiento dio un giro de 180 grados, que a simple vista y sin razonamiento, pareciera ser muy burdo y miserable.
Pero solo vale recordar lo que dije unos párrafos atrás. El tiempo para nuestro planeta se rige a través de un calendario universal, donde la existencia del ser humano es de tan solo minutos o mejor dicho, segundos, dentro de ese calendario. Mil años para nuestro planeta, sin nuestra existencia, es un período mas que suficiente para empezar a borrar del mapa cualquier vestigio de nuestra presencia en el planeta.
En diez mil años, nada quedará en pie del daño que hayamos hecho. ¿Será algún tiempo más que ese? Pues, no importa, es igual. Para el planeta son segundos en una vida de existencia transportada a veinticuatro horas.
En consecuencia, lo mejor que le podría suceder a nuestro querido planeta, es que nosotros ya no estemos más en él.
Basándonos en este razonamiento, todos los males que enunciamos antes (hay muchos más, que no tiene sentido enumerar) no significan ningún peligro para el planeta. De hecho, ha habido períodos de calentamiento global, de eras glaciares y aquí estamos. El peligro concretamente es para nuestra especie humana y eso es lo que nos da temor, mucho más allá que el daño que le estamos propinando a nuestro mundo.
Esa fue la razón por la cual mi pensamiento dio un vuelco de 180 grados. Sigo cuidando al planeta por las cosas que le ocasionan daño y están a mi alcance. Pero ya no me hago más problema por el daño que la raza humana le está ocasionando, ya que no es otra cosa que un proceso que acelerará, en definitiva, que nuestro mundo, pueda encontrar su mejor camino y en ese escenario, indefectiblemente, no estamos nosotros.