ACONCAGUA - La pared sur
El relato de la aventura de Enrique Clausen y Luis Tarditi en la pared sur del Aconcagua.
Autor:
Carlos González |
Jul 1, 2008 - 15:00 | Lecturas:
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Por Enrique Clausen
Luis Tarditi: mendocino, 22 años, alumno de 3er año de la E.P.G.A.M.T.
Enrique Clausen: cordobés, 26 años, guía de alta montaña E.P.G.A.M.T.
Si hubiéramos sabido la verdadera inmensidad y los riesgos que correríamos, no habríamos desafiado una de las paredes más grandes y peligrosas del mundo.
La pared sur del cerro Aconcagua, tiene tres mil metros de escalada en roca y hielo. Su inclinación hace muy frecuente la caída de grandes avalanchas. Nosotros elegimos una de las vías relativamente más seguras, abierta por unos montañistas franceses en el año 1954. Va por un espolón que representa ¾ de la pared (sector libre de caídas de avalanchas) hasta el conocido Glaciar Superior. Después de cruzar caminando el glaciar, se llega a la base de un segundo espolón, que termina en el filo sur-este. El mismo lugar donde termina el Glaciar de los Polacos, quedando aproximadamente a tres horas de la cumbre norte.
Una de las tantas noches en que nos juntábamos a guitarrear en Plaza de Mulas, mi amigo Luis Tarditi (Guía de trekking E.P.G.A.M.T. y porteador) me propuso escalar el filo sur-oeste del Aconcagua. Quedé dubitativo un rato, y le dije que tenía otros planes: ir a "la sur". Y luego de pensarlo un momento, levantando su índice derecho, me contestó: "¡Va!" Y así quedó formada una nueva cordada.
En mi última expedición como guía, Luis trabajó como asistente. Estuvimos planificando y averiguando datos sobre la pared, que resultaron pocos pero precisos. Entonces luego de hacer cumbre con el grupo, Luis se quedó unos días más en Plaza de Mulas trabajando, y yo bajé a Mendoza con el grupo. Quedamos en que nos encontraríamos en Confluencia el 22 febrero ("2006).
Estaba en Córdoba pidiendo a mi amigo Fernando Flamini unos freinds y equipo, cuando recibí la llamada de Luis, diciendo que ya estaba en Mendoza, esperándome para organizar los últimos detalles de la expedición.
El lunes 27 de febrero por la madrugada tomamos el colectivo hasta la entrada del Parque Provincial Aconcagua, ese mismo día llegamos a Confluencia.
Allí permanecimos dos días, esperando que mejorase el clima y para colmo el pronóstico que nos pasaron, fue: jueves con fuertes nevadas, viernes despejado, sábado y domingo nublado con nevadas. Esos días los pasamos haciendo boulder y comiendo la comida rica que preparaban Constanza y Pamela, las campamenteras de Confluencia, que nos hicieron el aguante.
El jueves 2 a la mañana, bajo la tormenta de nieve partimos rumbo a Plaza Francia, el campamento base para escalar la pared sur. David un amigo, iría esa misma tarde y nos ayudaría a portear equipo y comida.
Llegando a plaza Francia, la tormenta tapaba gran parte de la pared. Lo único que pudimos ver era la gran cantidad de avalanchas que caían por el canal central, el cual debíamos cruzar para poder empezar a escalar. Así nos recibía la pared, con una cara no muy linda.
Esa noche discutíamos qué era mejor: si ir más pesados y llevar carpa, o ir más livianos con bolsa de vivac. Yo era de la idea de ir más livianos pero Luis terminó convenciéndome, y al final se demostraría que fue una gran idea.
Nosotros habíamos calculado escalarla en tres o cuatro días, a lo sumo cinco, así que llevábamos comida para esa cantidad de días. El equipo técnico que llevamos era: una cuerda de 50 m. y de 8.5 de diámetro, diez cintas express, seis friends, cinco clavos, tres tornillos de hielo, un jumar y nuestro equipo personal. Aparte llevábamos, una carpa, dos calentadores MSR, dos marmitas pequeñas y tres litros y medio de bencina.
El plan, era estar unos días en Plaza Francia estudiando bien la vía, viendo por donde caían las avalanchas.
Pero a la mañana del viernes amaneció frío y muy lindo, así, que a las ocho de la mañana, levantamos nuestro campamento y encaramos para la pared. No sabíamos cuánto tiempo duraría el buen tiempo.
Cruzamos por el canal central, por donde el día anterior habían caído muchas avalanchas. En ese lugar hay que tener un poco de suerte y rogar que no se desprenda nada de arriba, y encima caen todo el tiempo piedras y bloques de hielo del tamaño de una pelota de fútbol, que hay que esquivarlos.
La escalada empezaba por una roca toda descompuesta no muy difícil. A los veinte metros de comenzar a escalar, a Luis se le desprendió un bloque de roca, resbaló y quedo agarrado de milagro. Recién empezaba todo.
Continuaba por un acarreo largo, y después por unas chimeneas medio escalando y medio caminado por acarreos. Después de eso venía una chimenea donde había cuerdas fijas, donde nos teníamos que agarrar sí o sí; si no, no pasábamos. Esas cuerdas están todas quemadas por el sol, y encima están agarradas de un solo clavo; es durísimo para la cabeza. Al terminar esas chimeneas venía una placa con otra cuerda fija: de nuevo la misma historia. Al salir de ahí fuimos por todo un filo donde llegamos al primer vivac.
Allí hay dos plataformas muy buenas para poner la carpa. Eran las cuatro de la tarde y nuestro día de escalada había terminado. Lito Sánchez nos había comentado que ese día era el más fácil y más corto, y a nosotros nos había parecido re duro! ¿Qué nos esperaba si ese día había sido así?? No teníamos ni idea..!
El sábado amaneció muy lindo; el pronóstico había fallado. Empezó con una escalada de placas de roca cubiertas por una capa de nieve de diez centímetros; de ahí seguía por un canal de nieve muy largo donde desembocaba en un espolón de roca muy podrida e inasegurable, que nos llevó a la base de las grandes torres.
Allí fue el primer largo que empezamos a asegurarnos. Son dos largos de chimenea difíciles y muy incómodos, porque íbamos escalando con crampones y una mochila pesada.
En el primer largo puse un friend y después mosquetoneé un clavo, y seguí. En una parte donde se hacia estrecha la chimenea, me agarré de un cuerda fija y cuando me estaba levantando la cuerda se cortó! Volé como ocho metros y de cabeza..! Cuando la cuerda me paró estaba todo al revés, no entendía nada. Luis me preguntó si estaba bien y si iba a seguir. Miré para arriba y le dije que sí. Quería saber qué seguro me había aguantado la caída: era un clavo viejísimo.
Después de eso ya no me confiaba de ninguna cuerda, pero lo más duro era que muchísimas veces no nos quedaba otra que agarrarnos y rezar!
Al final de esos dos largos, hicimos un rapel de cinco metros y entramos a un gran canal de nieve que nos llevó a un filo que terminaba en una placa acostada, y después un gran nevé hasta la base de las famosas areniscas. Ahí montamos nuestro segundo campamento.
Esa noche no pudimos dormir bien; era un concierto de avalanchas y en el techo de la carpa se sentía el golpeteo de piedras que caían. Con Luis nos mirábamos y por dentro pensábamos "¡Por Dios, que no sea acá!"
La mañana del tercer día amaneció despejada. Teníamos otro día de buen tiempo. El pronóstico se había equivocado de nuevo. Todos los días tardábamos entre que nos despertábamos hasta que empezábamos a escalar cerca de dos horas. Todos los días igual; no podíamos bajar ese tiempo.
Las areniscas son todos canales de roca de buena calidad que se parecen a un queso gruyère; el único problema es que no se puede asegurar casi nada. Salimos de nuestro último vivac, llegamos a un lugar donde salía un canal muy fácil hacia la izquierda, y le dije a Luis que me parecía que ese canal no era, sino que era otro más a la izquierda. Bajamos un poco y tratamos infructuosamente de entrar en otros pero era imposible; así que volvimos sobre nuestros pasos y entramos en el primer canal.
Llegué a un primer relevo donde me encontré con un estribo, muy viejo (lo deben haber dejado los franceses, la primera vez que subieron!)
El siguiente largo era un espolón, pero no muy difícil; después siguió otro largo, con un canal de roca agarrándonos por cuerdas fijas que desaparecían en tramos en un hielo cristal muy duro. Llegamos a un espolón de roca difícil, sin poder poner ningún seguro. Cuando terminamos ese largo miramos con Luis y vimos el último tramo de "las areniscas". Son cascadas de un hielo gris oscuro y duro muy verticales. No sabíamos por dónde entrar. Me metí por un mixto que me llevó a la base de una pared de unos tres metros, extraplomada, imposible. Lo único que había allí era un clavo para asegurarse y dos cuerdas fijas de dudoso estado. Tardamos mucho tiempo en intentar poner un clavo, y el intento fue inútil. Teníamos que colgarnos de ese único clavo y confiar en la suerte una vez más.
Nos enfriamos mucho los dedos; ni se sentían y dolían bastante. Esa parte fue muy difícil. Por una cuerda colocaba un jumar asegurado al arnés, y de la otra me levantaba al mejor estilo Batman. El entumecimiento de las manos por el frío hacía casi imposible levantarme. Era terrible el esfuerzo que tenía que realizar, y además sentir que en cualquier momento se cortaba la cuerda de nuevo. La situación era terrorífica...
Cuando llegué a la reunión, me aseguré y le pasé el jumar a Luis. A él también le costo muchísimo pasar. Por fin podíamos ver la pared del Glaciar Superior, nuestro próximo gran desafío. Caminamos por todo un filo que llevaba a la base de la pared del glaciar.
Cuando llegamos al pie de la pared, no teníamos idea de por dónde entrar. Teníamos enfrente una pared de hielo de unos treintas metros de alto, y 90 grados de inclinación !!!
Me metí por un lado que parecía accesible, puse un tornillo, y a los tres metros me tuve que volver porque era imposible pasar por ahí. Le dije a Luis que me bajaba y que iba a intentar por otro lado.
Se veía un espolón un poco más fácil, pero la montada era muy difícil porque la pared estaba separada por una grieta de un metro. Finalmente me pude subir, y a los quince metros monté una reunión y aseguré a Luis.
Después de eso, seguía una travesía a la derecha de unos diez metros vertical, hasta una fisura de unos treinta centímetros de ancho y unos diez metros de largo; 90º de inclinación muy difícil. Cómo pasé sin caerme, todavía no me lo explico! Después de esos diez metros letales, la grieta se convirtió en un canal que se hacía caminando, pero que se cortaba al final en una pared de unos ocho metros, bastante vertical pero mas fácil que la anterior. Aseguré a Luis y escalé la pared. Cuando llegué arriba, no lo podía creer... nos habíamos montado al glaciar!
Después de tres días podía ver la cumbre! Un alivio muy grande, porque ya podíamos ver el final. Hasta ese día nuestra cumbre había sido la pared del glaciar.
Hicimos unos cien metros y montamos nuestro tercer campamento. Estábamos súper contentos. Habíamos superado uno de los tramos mas difíciles de la vía. Sólo nos quedaba cruzar el glaciar y el espolón de los franceses, que sabíamos que era difícil.
El cuarto día amaneció muy lindo pero muy frío. Desmontamos nuestro campamento y empezamos a caminar. Luis hacía un esfuerzo enorme abriendo huella, porque la nieve nos llegaba hasta la cintura. El avance se hacía muy lento y tedioso; la impotencia que sentíamos era muy grande porque avanzábamos a paso de tortuga.
El glaciar superior es enorme; por donde mirábamos había hielo. Nos sentíamos muy pequeños e insignificante ante esa grandeza. Después de caminar unas seis horas con la nieve hasta la cintura, llegamos a un lugar donde teníamos una gran rimaya que formaba un anfiteatro y cortaba nuestro camino hacia el espolón. Lo teníamos como a doscientos metros a la derecha, pero el único paso a esa rimaya lo teníamos a nuestra izquierda, a quinientos metros, debajo de la pala Messner; y de ahí teníamos que realizar una gran travesía a la derecha hasta la base del espolón.
Escalamos una rimaya de unos cuatro metros y de ahí nos dirigimos hasta un gran puente de hielo, debajo de la pala Messner. El riesgo de avalancha ahí es muy alto, pero nosotros estábamos tan cansados, que sólo caminábamos resignados, y sin pensar en el riesgo que corríamos.
Caminamos a lo largo de una grieta enorme hasta un puente de hielo. Primero cruzó Luis asegurado y después yo. Ya sin sensibilidad en los dedos de los pies por el frío, caminamos una hora y media más, hasta montar nuestro cuarto campamento.
Una vez dentro de la carpa, nos quitamos las botas y ocurrió lo peor, teníamos los dedos congelados ! Lo peor eran los dedos gordos, eran una masa de hielo sin sensibilidad y blancos como un papel..!
Prendimos los calentadores y estuvimos un buen rato descongelando nuestros dedos. Cuando la sangre empieza a circular el dolor es muy intenso; se siente un fuego dentro de los dedos que duele muchísimo.
La autoestima la teníamos por el suelo. Estábamos muy cansados, con los dedos congelados, y sabíamos que al otro día nos esperaba una escalada muy dura y a mucha altura, y encima el buen tiempo parecía que nos iba a abandonar. El panorama no era muy alentador.
El quinto día amaneció nublado. Los dedos dolían mucho y ponerse las botas era un suplicio, pero a los diez minutos de caminar el dolor desaparecía porque se habían vuelto a congelar y a perder la sensibilidad.
Lito nos había dicho que cuando ellos subieron habían esquivado parte del espolón por un canal de hielo que va al izquierda del mismo, y así lo hicimos. Es una plancha de hielo de unos trescientos metros de altura con una inclinación de 75 grados, pero de un hielo muy bueno. Recorrimos esos trescientos metros, donde teníamos dos opciones: irnos a la derecha, salir al espolón y empezar a escalar en roca, o seguir derecho por un canal de hielo más chico que parecía salir más arriba, a la derecha al espolón.
Para entonces estábamos metidos en una tormenta, y decidimos seguir derecho, porque ahí estaríamos más protegidos, mientras que en el espolón soplaría el viento muy fuerte.
Ese canal no duró mucho. Se convirtió en una chimenea asquerosa, toda podrida y difícil. Fue el momento de más tensión que pasamos con Luis. Ya muy cansados y con un frío que te cala los huesos, no podíamos parar de tiritar, con los nervios de punta. Eso sí ya era demasiado para nosotros...
No me lo voy a olvidar en mi vida: yo estaba como a un metro arriba de Luis, a punto de caerme, sin asegurarnos y expuesto a una caída mortal... y en ese momento se me desprendió un bloque de piedra...
Logro sostenerlo con una mano, y le grito:
"¡Luis se me cae una piedra!"
"¡No!! Que no se te caiga!"
La acomodo un poco, parecía que se quedaba, pero de golpe se desprendió y le pegó a Luis justo en el codo. Fue horrible. Los dos gritábamos; la tormenta soplaba como nunca. Luis movió el brazo y me dijo que estaba bien, pero que me apurara porque no aguantaba más y que ya se caía..! No se cayó porque es un tipo fuertísimo; otro seguro que no hubiera aguantado tal golpe.
Logré pasar ese tramo; veía a un metro una fisura buena para poder poner un friend, y cuando me estoy levantando, se me resbala un pie y quedo haciendo equilibrio, con un pie y sin manos..! No parábamos nunca de pasar miedo!
A esa altura, los factores como la fuerte tormenta, el cansancio, la deshidratación, el frío, el miedo, maniobrar el equipo con guantes, hace que la escalada se torne muy difícil, y te preguntás cuándo va a terminar esa pesadilla, porque realmente no sabés cuánto tiempo tu cabeza y tu cuerpo aguantarán.
Llegó Luis a la reunión, nos calmamos un poco, e hicimos una gran travesía de hielo a la derecha para salir al espolón. La tormenta no paraba de azotarnos con viento y nieve que se nos metía dentro de la campera y nos congelaba.
Seguimos por una cara del espolón. No sabíamos a que altura estábamos porque no se veía nada ni para arriba ni para abajo. Sólo pensábamos en escalar para arriba y nada más. Seguía por una placa de bloques rojos, pegados entre sí por hielo. Ahí más o menos pudimos asegurarnos, pero de nuevo se desprendió otro bloque... que fue a parar a las costillas de Luis, sin llegar a causarle daño.
Se hacía tarde y todavía no salíamos al filo. A veinte metros vimos un lugar que parecía estar bueno para montar la carpa, pero al llegar era muy vertical.
Totalmente exhaustos los dos, escalé por una chimenea a la izquierda que me llevó a la base de una fisura ancha donde monté una reunión. Llegó Luis, y yo salí de nuevo para arriba. El corazón me latía súper agitado. Estábamos muy alto, deshidratados y el esfuerzo por escalar era terrible. Yo tosía mucho, y en un momento empecé a escupir sangre.
Pensé que mis pulmones habían estallado y que tenía un edema de pulmón, y llorando grité:
"¡Luis me edemé! ¡No me quiero morir tan joven!"
Y él me contestó: "¡Quique montá una reunión que voy para allá!"
"¡No!" le contesté, y empecé a escalar como un loco para arriba, tirando un montón de piedras sin tener conciencia de lo que hacía... y de pronto me encontré con la nieve..! ¡Había salido al filo! ¡No lo podía creer!
Seguía llorando, no sé si por alegría o por la noche terrible que nos esperaba. Por fin llegó Luis, y le dije que me sacara de ahí porque ya no daba más. Caminamos unos metros y montamos sobre el filo nuestro quinto y último campamento.
Ya metidos en la carpa me tranquilicé un poco, y nos dimos cuenta que no estaba edemado, y que era la garganta. A veces la cabeza te juega malas pasadas.
Ya no teníamos mucho combustible y decidimos descongelarnos los dedos de los pies antes que derretir nieve, una decisión muy dura; no tuvimos cena y tampoco desayuno a la mañana siguiente. Esa noche el viento sopló muy fuerte; no paró nunca.
Amaneció despejado, pero el viento seguía soplando muy fuerte. Tuvimos que vestirnos por turno, uno aguantaba con la espalda en la pared de la carpa las embestidas del viento, mientras el otro se cambiaba. El viento era tan fuerte que era imposible desarmar la carpa, así que decidimos abandonarla. Cuando la soltamos se fue volando.
Caminar se hacía muy duro. El viento nos tiraba al piso y estaba muy frío. Nos sentíamos mas tranquilos porque los dos ya habíamos hecho ese tramo cuando escalamos el glaciar de los polacos.
El viento seguía siendo terrible, pero a cien metros de la cumbre, paró. Como por arte de magia, no soplaba más; fue muy raro. Fue como si la montaña nos hubiera dicho: "Está bien muchachos, los dejo pasar; esta fue mi peor cara."
Eran las doce y media del medio día y nosotros estábamos en la cumbre, llorando como nenes. No lo podíamos creer. La lucha contra la pared sur había terminado y estábamos vivos. El camino que nos quedaba ya lo conocíamos muy bien; ya nos sentíamos como en casa.
Llegamos a Nido de Cóndores y nos recibieron el zapatito (un porteador amigo), Chuqui y David (de la patrulla de rescate). Nos convidaron té y un pedazo de asado congelado excelente.
Los tres nos ayudaron a bajar las mochilas hasta Plaza de Mulas, y allí nos recibió el Gato, un gran amigo, y Miqui, un guía amigo que nos trató los dedos como si fuera el mejor médico. Fue una gran suerte que el estuviera allí.
Esa noche dormimos en Guardaparque, y a la mañana siguiente muy temprano bajamos en helicóptero. Llegando a Horcones Luis me tocó el hombro y me señalo a un costado: fue una imagen increíble, ver la pared en toda su inmensidad, bañada por los primeros rayos de sol..! Parecía una película; no lo podía creer. Habíamos estado seis días metidos en medio de la demencia, y estábamos vivos. Sólo nos cobró un par de dedos congelados, pero no muy graves.
Tomamos un buen desayuno en la casa de Guardaparques de Puente del Inca, y después nos tomamos el colectivo a la ciudad de Mendoza, donde con gran sorpresa, nuestros amigos nos estaban esperando.
Ya en el hostal, sentados con los pies puestos en agua caliente y Pervinox, relatando lo que habíamos vivido a nuestros amigos, pudimos relajarnos.
La escalada a la pared sur del Aconcagua había terminado.